De vuelta con el peso

Hace casi cuatro años, y permitidme el gesto de llevarme la mano a la cabeza lamentando la fugacidad del tiempo pasado; hace casi cuatro años, digo, que escribí esto en una historia que titulé 114’8:

Que nadie sintonice esta frecuencia en ninguna radio porque 114’8 no se corresponde con los megahercios de ninguna emisora que venga yo aquí a recomendar. No, no es eso, es más bien un número maldito, una cifra execrable que ha pasado a convertirse para mí en el número de la bestia.

114’8 es mi peso actual en kilogramos. En efecto.

Jueves, ocho de la tarde. Acompañaba a mi mujer a la farmacia que hay justo bajo mi bloque para comprar productos para el cuidado de la piel de su evidente barriga de mujer embarazada. Es una farmacia de estas que abren las 24 horas, casi un hipermercado del medicamento, es enorme. En aquel momento había algunas personas en uno de los mostradores, un guarda de seguridad yendo de aquí para allá y, por supuesto, los cinco o seis dependientes habituales. En un rellano central del extenso local y al mismo tiempo algo arrinconada tras una columna se encontraba la báscula; parecía sacada del Enterprise, con su rayo láser vertical a modo de certero puntillazo que si no logra lobotomizarte por lo menos te mide la estatura con precisión milimétrica, y unas agarraderas laterales que una vez asidas diferencian y calculan tu grasa corporal en forma de insulto métrico decimal. Una verdadera máquina del demonio.

Pensé que disfrutaría de la intimidad necesaria para ese ritual que siempre he evitado. Subí a la plataforma, deposité los cuarenta céntimos de euro que engulló antes de ejecutar su pequeña tortura psicológica, me puse firme, cerré los ojos; ya no había vuelta atrás. Y una inesperada y potente voz metalizada de mujer fatal vociferó a los cuatro puntos cardinales «¡No se mueva por favor!» al tiempo que una ristra de diodos rojos palpitaron a modo de alarma visual como si de una atracción de feria se tratara. El mal ya estaba hecho, todo el mundo que allí se encontraba fue consciente de que el gordo que acababa de entrar en la farmacia se estaba pesando. ¡Maldita sea!.

Yo sólo me atrevía a pensar, «que no lo diga, que no lo diga, que no lo diga«, me refería a que no chillase mi peso una vez calculado. Un visor se encendió frente a mis ojos, 114’8, «que no lo diga, que no lo diga» seguía pensando, y mi ruborización se hacía patente y mis músculos se engarrotaban posicionando mi cuerpo de una manera artificialmente firme, casi arqueada hacia atrás. Y volvió a gritar «¡Si desea conocer su masa corporal sitúe sus manos en las asas laterales como indica el gráfico!«. No podía acobardarme y con una fuerza inusual agarré las dichosas asas esperando que por lo menos valorase la potencia de mis músculos, pero no, al contrario, me golpeó la psiquis con un incuestionable 35’4 de I.M.C., que la máquina sólo se atrevió a catalogar como «sobrepeso» pero que para la gente de a pie es algo así como gordo de cojones.

Sin tiempo para caer en la desmoralización la máquina volvió a aullar «¡Si desea un informe completo introduzca sus datos!» y haciendo lo propio acabé de una vez por todas con mi tormento. Después, cual proceso electoral, tocaba el momento del análisis de los datos. Pero eso lo dejaré para otra historia.

En fin, al poco de escribir esta historia me compré una basculita de estas de baño, con visor digital y liviana superficie de cristal transparente, cuyo funcionamiento y resistencia siempre me han resultado incomprensibles -algo así como el misterio aeronáutico que permite a los aviones volar- y que sigue vivita y coleando, teniendo en cuenta que cada día al pesarme supera, con creces, la marca de los 110 kilos.

Una vez pensé que había llegado la hora de adelgazar; el detonante de aquel deseo inmediato por tener, que no recuperar, unas medidas apolíneas fue la increíble pérdida de peso experimentada por el laureado director de cine Peter Jackson. Desde uno de sus clubs de fans recuperé esta foto:

 O esta otra aún más evidente durante la promoción de King Kong:

Aquel hombre que había logrado éxito, fama y dinero, mucho dinero, no habría sido un modelo para mí, sin menospreciar la admiración que siento por su tenacidad y liderazgo para iniciar y concluir con éxito la saga del Señor de los Anillos; si no llega a ser por esta evidencia de voluntad y disciplina para alcanzar ese tipito.

Pero no fui capaz, ese castillo de la voluntad, mi voluntad, siempre se mantuvo tambalante cual edificación de naipes al lado de una ventana abierta en día ventoso, y hoy sigue frágil, desmoronándose, y no sé cuándo llegará el día que decidiré velar por mi salud y mi aspecto. Pero llegará.

2 comentarios
  1. Anónimo
    Anónimo Dice:

    Estimado Manuel, todos antes o después hemos pasado por esto. En mi caso te diré que el año pasado perdí 30 kilos, que he conseguido estabilizar. El truco, no hay truco. Se trata de aprender a comer. Yo lo conseguí gracias al método Montignac, me animé al ver el caso de otros amigos/conocidos, aunque el verdadero motor del cambio fue el "susto" que me lleve en las Navidades de 07 que me sirvieron para el esfuerzo de 2008. Ahora estoy en los 105 y cuando termine esta estación de tránsito familiar que significa el traslado familiar completo a Granada, quiero ponerme el reto de perder otros 15 kilos para estabilizarlos en el primer trimestre del año que viene.

    Si te animas, podemos realizarlo juntos. Un abrazo. Por email te mandaré el método.

    Paco Luis

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    • manuel cillero
      manuel cillero Dice:

      Pues reconozco que me resultaría más fácil afrontar esto contando con el apoyo de alguien que está, o estuvo, en una situación similiar para poder intercambiar experiencias y apoyarnos en las dificultades que uno siempre se encuentra en el camino y que sólo los que tenemos sobrepeso podemos realmente entender.

      Un "susto" siempre es un buen detonante, pero esperar a que ocurra es jugarse demasiado el tipo; y espero que el método no consista en buscarse una tenia en el mercado negro para inoculársela uno mismo :-)

      Leeré el método con atención y hablamos. Un abrazo.

      Responder

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